Hace unos días me comentaban un caso real de acoso escolar, que se centraba en el sufrimiento que produce el aislamiento en sus víctimas, y me gustaría compartirlo con todos.
Se trata de una mujer adulta, que en sus primeros años escolares, (lo que era antes EGB), sufrió en primera persona, durante muchos años aislamiento en su centro escolar.
Menciona emocionándose, después de tantos años, como siempre estaba sola en los recreos, como odiaba ese tiempo que debería ser de diversión y ocio. Como prefería los días de lluvia que no se podía salir al patio, porque en clase podía hacer los deberes, leer, etc, y sentía menos el aislamiento que estaba viviendo.
Nunca ha llegado a entender qué había en ella para que, entre tantas niñas, no pudiera jugar, divertirse, charlar.
Con los años, sufrió de acné, pero nunca le acomplejó, lo llevaba con naturalidad, aunque llegaron a dedicarle dibujos de caras con granos, llamarla “paella”, etc… Pero le daba igual. Le dolía el aislamiento.
Se convenció a sí misma que era una persona independiente, que le gustaba estar sola, a lo suyo. Pero la realidad era que la situación iba minando tanto su personalidad como su rendimiento académico.
Sufrió depresión infantil, lo identifica así de adulta, de pequeña no sabía bien lo que le pasaba, pero recuerda que lloraba mucho, a escondidas normalmente, para no preocupar a nadie, antes de quedarse dormida entre sus propias lágrimas.
Perdió la autoestima, no se valoraba, se metió en sí misma, no era capaz de afrontar lo que le estaba pasando, y empezó a reflejarse en su rendimiento escolar. No había sido una estudiante brillante, pero iba sacando los cursos más o menos, hasta que pasó de un suspenso a tres, y de tres a cuatro, cinco… hasta suspender prácticamente todas las asignaturas. Recuerda que en 3º EGB, tuvo una maravillosa profesora que se interesó más por ella, que le daba la confianza que le faltaba, que la trataba con cariño y respeto, y aprobó todo, pero en cuarto, con el cambio de tutora, todo volvió a empeorar, llegando al fracaso escolar progresivo.
Tocó fondo y en séptimo curso consiguió las fuerzas para contar algunos hechos, y comentar que si seguía en ese centro dejaba los estudios, al fin y al cabo ya suspendía todas…
Fue el momento perfecto, porque aunque no era consciente de ello, estaban construyendo un colegio nuevo en el barrio, un colegio público. Sus padres se pusieron manos a la obra. Hablaron con el director de ese centro nuevo. Había pasado el plazo de matrículas, pero el director, al conocer la situación, se implicó y comprometió, “siempre queda alguna plaza para casos especiales”.
Fue el cambio de su vida. Empezó una nueva etapa, que como comenta, le salvó la vida.
Pese a llegar muy mermada de autoestima y seguridad en sí misma, tanto profesorado como compañeros, se volcaron en ella, para ayudarla. Sacó el curso entero en junio, junto con las tres asignaturas que llevaba de mochila del curso anterior. Se sintió una más. Hizo amig@s, algunos que aun conserva, y siguió estudiando. Pasó al instituto, sacando sus cursos año a año, estudió una carrera, un máster…
Quiere destacar, el gran apoyo que vivió por parte de todos en ese centro escolar. Recuerda a su tutora con tal emoción que se le saltan las lágrimas de gratitud, nunca olvidará a su profesora Maria José, que consiguió sacarla del abismo en el que se encontraba. A sus compañeros, que le devolvieron su parte sociable, su sonrisa, su autoestima, el sentirse una más.
Hay profesionales que no recomiendan el cambio de centro educativo en casos de acoso escolar. Pero como se demuestra en esta historia real… ¿por qué no?.
Creo que el cambio escolar no es la única solución, pero sí puede ser una solución, una nueva oportunidad.
Cierto que hay víctimas de acoso, que lo vuelven a sufrir en el nuevo centro, pero otras no. Para algunos es la oportunidad de cerrar etapa y empezar otra nueva.
No es la única solución. Hay que trabajar otras vertientes. Hay que reforzar la enseñanza de habilidades sociales, la inteligencia emocional, la empatía, la toma de decisiones, la asertividad, etc… en toda la etapa infantil-juvenil. Formar a todos los profesionales de los centros escolares en prevención, detección precoz e intervención.
No nos podemos centrar en aspectos parciales, delimitados, debemos de abordarlo de forma global, desde toda su complejidad. Siempre teniendo en cuenta que cada caso es único, y como tal debe ser afrontado.
Lola Alaminos
Psicóloga
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