Patio de educación infantil de segundo ciclo. Un niño yace tumbado en el suelo. Un grupo de niños hacen corrillo a su alrededor y le dicen cosas. Ningún adulto interviene, nadie se preocupa o se percata de la situación.
A la salida del colegio, el niño en cuestión le comenta a su padre que se encuentra mal. Que durante 2 patios del colegio se ha tumbado en el suelo porque no tenía fuerzas y que en uno de esos recreos, varios compañeros de clase (aunque él utiliza la palabra amigos, pero un amigo es otra cosa), lejos de preguntarle qué le pasa, o informar a algún profesor de que se siente mal o similar… le han rodeado cuando estaba tumbado en el patio y le han estado haciendo comentarios o dándole órdenes del estilo: “cómete la arena” “besa el suelo”…expresa que no se podía defender porque no tenía fuerzas y que no le ha gustado lo vivido, que se ha sentido mal.
El niño enfermo va al día siguiente a su pediatra. Se confirma enfermedad física y prescribe tratamiento antibiótico.
Es el último día de colegio, para felicidad del niño y de su familia. Pero hay que pasar por el aula a recoger los trabajos del curso, las notas, etc…
La madre le comenta a su tutora que está enfermo y no se va a quedar en clase. Y como otras muchas veces a lo largo de este interminable curso, le comenta lo sucedido el día anterior en el patio y el comportamiento de los compañeros. A la profesora le hace “gracia” lo sucedido… se ríe y le espeta al niño enfermo: “¿No te habrás comido la arena? ¿no?”
La madre sólo puede pensar que este curso se ha terminado y que para el próximo irá a otro colegio donde espera “haya más suerte”.
Han sido dos cursos, dos larguísimos cursos. No sólo para el niño, que contaba los días que quedaban para las vacaciones meses antes de que llegaran. Que tenía dolores de estómago frecuentes. Que se le acentuaron los miedos e inseguridades. Que se quedó vacío de autoestima….
También larguísimos para su familia, que cada vez le veía más tristón e inseguro. Que se quedaban sorprendidos con las cosas que poco a poco iba contando y viviendo el pequeño. Unos padres, que hablaron reiteradamente con la tutora y con la directora de etapa. Hasta que no hubo más que hablar, porque nunca tuvieron la suerte de ver cambios positivos ni de ayuda al menor.
El del patio ha sido el último de muchos sucesos. El niño en cuestión tiene 5 años. Y su problema, según el colegio, es no saber defenderse (no es un niño agresivo, no pega y trataba de resolver situaciones hablando, pero no era suficiente) y de no tener sentido del humor (ante insultos o amenazas). Para el centro escolar la responsabilidad de las distintas situaciones vividas es del niño, porque le falta seguridad, sentido del humor y se toma todo muy en serio…
Este niño, el curso que viene empezará nueva etapa en un nuevo colegio, al igual que otros muchos compañeros de la misma clase, que han optado por el cambio de centro escolar.
Desde aquí le deseamos a él y a todos los niños en una situación similar, un feliz nuevo comienzo. Y que jamás, jamás olviden lo especiales y maravillosos que son. Qué nadie les haga creer que no lo son.
Lola Alaminos
Psicóloga
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